TODO POR AMOR Y PARA LA GLORIA DE DIOS.

 Si somos humilladas, lo somos por Él. Si ​somos alabadas, lo somos por Él. Si servimos, servimos a Él; y ​así en todo. Así el alma queda simplificada y unida a Él; siempre ​piensa y ve a Él. 


Por último, en el cielo se cantan sus alabanzas ​y se le glorifica por sus obras; seamos, pues, como Isabel de la ​Trinidad, alabanza de su gloria. Es decir, obremos todo por amor ​y siempre lo más perfecto, de manera que, al vernos las demás ​personas, puedan decir: "qué virtuosa es". Y ¿para quién es la ​gloria de nuestra virtud sino para Dios, ya que es Él el que obra ​en nosotras? Nada podemos por nosotras mismas. 


Propongámonos en ​todo lo que hacemos la gloria de Dios y todo por amor a Él; de ​esta manera nuestras obras serán con pureza, pues obraremos por ​Él en Él y para Él. Si nuestras obras son puras, nosotras también ​lo seremos; así nuestro Señor estará contento en nuestras almas. ​Viviendo así, viviremos vida de cielo en la tierra. Y ¿cómo ​podremos demostrarle más nuestro amor a Dios que haciéndole ​encontrar el cielo en la tierra? Dios va a ser pues el dueño de ​nuestra alma, de nuestra casita. El dueño de casa es el que manda ​y vela por la casa, y todos le obedecen y se guían por su ​parecer. Hagámoslo así también nosotras.

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